viernes, 11 de noviembre de 2011








LA ARQUITECTURA COMO METÁFORA MUSICAL


Dr. Norbert-Bertrand Barbe

                Si se ve The Shining (1980) de Stanley Kubrick, es claro que los grandes espacios de diseño repetido asombran y dan miedo.
                El principio del CREDO (color ritmo equilibrio dirección orden), o la combinación más amplia de las reglas compositivas, que son varias y a menudo se extienden y rebotan entre sí (van de las leyes de: las simetrías axial y radial, la ley de la balanza, la ley de composición de masas, la uniformidad de masas, y la sección áurea, hasta largas enumeraciones incluyendo, por ej., plástica, equilibrio, armonía, peso, espacio, ritmo, proporción,...), no son suficientes (de ahí tal vez este su carácter que acabamos de evocar) para explicar correctamente el valor estético de la armonía.
                Si comparamos la arquitectura con la música (lo que hicimos, en sentido de simbología histórica en nuestro libro: Una Historia Moderna de la Arquitectura Siglos XII-XVIII), llegaremos a vislumbrar las debilidades del planteamiento estético de la arquitectura contemporánea, en sus valores sin embargo más intrínsecos, que son el funcionalismo y el racionalismo.
                La arquitectura contemporánea, en estos dos movimientos, que se volvieron escuela, y paradigma del diseño arquitectónico, por ende urbano, tienen ritmo. Es decir, no escapan, o no son ajenos, al intento estético (o de estetización) de la línea recta del edificio, mediante la repetición del mismo motivo, sea ventana, puerta, o balcones.
                Así, podemos decir claramente que, como el rap, tiene ritmo. Pero también, al igual que el rap, sólo tiene una caja de ritmos, sin armonía.
                El rap, a diferencia de la sinfonía clásica, no llega a crear acuerdos que se desarrollen, salvo cuando retoma algún riff de otro género, que viene a sustituir la ausencia melódica de la que este género padece absolutamente.
                Es, así, tan ajeno al rap, el principio melódico, como lo es a la arquitectura racionalista-funcionalista.
                De hecho, la secuencia crea repetición, no obligatoriamente armonía. Están, obviamente, conscientes de ello los arquitectos, cuando, para distinguir barrios y arrabales ricos de barrios y arrabales pobres agregan a los primeros, cuyos materiales y diseños son básicamente idénticos a los de los barrios pobres, árboles y vegetación, cuyo objetivo es esconder y diluir en el verdor ajeno a lo arquitectónico formas simplemente repetitivas, sin mayor atracción.
                Quiten a Parly II, banlieue riche parisina del departamento de Yvelines (78) que contiene el primer Centro Comercial (CCPII) de Francia, sus árboles y flores, quedan edificios que recuerdan a las ciudades paupérrimas del departamento de Seine-Saint-Denis (93).
                La monotonía (que, conste, no se identifica obligatoriamente con el monocromatismo) es lo que, por repetición burda de formas, crea estos ambientes urbanos de hoy, privados de variedad (lo que busca el ser humano). Pareciese que, porque, a nivel arquitectónico, es más fácil reproducir el mismo objeto, se quisiera, a nivel sociológico, reducir el gusto de nuestra especie a una reducción ideológica de su poder de imaginación, en la cual la repetición del mismo modelo (no importa cuál), que  le da el color a grandes conjuntos de arrabales (v. las películas de Tim Burton, en particular Edward Scissorhands, 1990), tendría que asimilarse a un bienestar prefabricado.
                Si bien el diseño industrial para los objetos cotidianos tiene un fuerte interés y el poder de traer a cada uno el disfrute de muebles y objetos de arte a precio módico, la sociedad de venta por correspondencia y de Ikea llega, siempre, finalmente, a promover una sociedad monótono, no igualitaria, sino despersonalizada. No lo expresamos nosotros, sino los mismos artistas, de Kafka a Burton, pasando por Chaplin o Fritz Lang en Metropolis (1927).
                Ahora, ¿qué sería una melodía arquitectónica o urbana? Seguramente pasa por la variedad de los edificios, marcados cada uno por su época y su estilo.
                Tendría, como, en el artículo que le dedica, dice Panofsky que lo hace Vasari, o como lo plantea Le Corbusier y los CIAM en la Carta de Atenas de 1931, que verse en este caso el problema del respeto al patrimonio. Pensamos al caso paradigmático de la catedral de Saint-Denis, primera iglesia gótica, rodeada por edificios de inicios del s. XX. Pero, de igual forma, y peor aún, la reproducción supuestamente racional, en realidad de origen económico y meramente mercantil, propaga peor plaga: la resolución inmediata, a desprovecho del sentir y el alma más complejos y absolutos del ser humano.
                Es visible en los proyectos nicaragüenses, tanto de casas del pueblo (para los más pobres) como de casas de villas construidas por las consultorías más afamadas del país, que no contemplan sino una resolución inmediata, según normas aplicadas en su mínima expresión, para una mayor velocidad constructiva. Lo que provoca, a menudo, contrasentidos: por ejemplo, construcción de casas para el pueblo cerca del Malecón de Managua, a orilla de una carretera muy transitada, sin espacio entre cada casa. Peligro y hacinamiento son entonces los regalos que, queriendo mejorar su vida, se le hace al pueblo.
                Para poder construir similares casas, se derrumbaron los únicos edificios que habían sobrevivido al terremoto del año 1972. Otro daño, esta vez histórico y cultural, tanto a la memoria del pueblo, como a su capacidad a disfrutar de edificios, que, rehabilitados, hubieran sido estéticamente más agradables y de mayor carácter, sea que, como antes, en ellos se hubieran reubicadas las familias, sea que a dichos inmuebles se les hubiera atribuido otra función dentro del panorama urbano.
                La cara de una ciudad, tanto para el transeúnte como para el turista, se da por su característica peculiar, la cual se adquiere gracias a los monumentos y los edificios más bellos y atrevidos que le dan su valor histórico y formal. El la Torre Eiffel de París, Big Ben en Londres, la Puerta de Brandemburgo en Berlín, el Parque Güell, la Sagrada Familia, las Casas Batlló y Milà de Barcelona, Chrysler Building de New York, la Estatua de la Libertad o las desaparecidas Torres Gemelas en Washington D.C.